jueves, 2 de febrero de 2012

Echegaray, fuera de control

Este no es un libro pasatista. Playero. De esos que usted disfrutará mientras juega con sus pies en la arena frente al mar o entre las sierras. No. Ni su protagonista es un personaje de digestión ligera. Tampoco. Por el contrario, Ricardo Echegaray integra la élite de oscuros funcionarios que sobrelleva la Argentina y en la que antes descollaron Ricardo Jaime, María Julia Alsogaray Alberto Flamarique o Carlos Alderete.

Cínico, arbitrario y soberbio son los calificativos más suaves que le dedican sus empleados, actuales y pasados, como así también quienes debieron lidiar con él desde hace más de 30 años, como sus subordinados en el Liceo Naval, sus compañeros universitarios en Mar del Plata o sus colegas en la administración pública.

¿Cómo podrían olvidar sus palabras, por ejemplo, quienes lo escucharon defender al dictador Jorge Rafael Videla? Lejos de indultarlo, llegó a decir por televisión, deberían condecorarlo. Más aún, debió impulsar una “solución final”, como Augusto Pinochet en Chile.

¿Cómo podrían olvidarlo los afectados su rol en la estafa del “Grupo Los Cóndores”, en su Punta Alta natal? Aquella banda que les cobró dólares a cientos de plomeros, carpinteros y operarios de la base naval Puerto Belgrano para en teoría enviarlos a la reconstrucción de Kuwait tras la guerra del Golfo, pero que terminó con el jefe de la banda prófugo y luego condenado.

Eso y mucho más y peor saca a la luz el periodista Matías Longoni en su libro “Fuera de control” (Editorial Planeta, 337 páginas).


Sólido, preciso, contundente, pero a la vez de ágil lectura, el libro debe leerse, sin embargo, en dosis homeopáticas. Si no, puede amargarle su verano, aunque le movilizará sus entrañas como pocas investigaciones –y esta es una de las mejores de los últimos tiempos–, al desnudar las dobleces del protagonista.

Longoni sigue las huellas de Echegaray más allá de su versión kirchnerista en la Aduana, en la Oncca –que desguazó hasta que resultó inevitable su disolución– o en su destino actual, la AFIP. Por eso destapa, por ejemplo, sus tropiezos como abogado con peritajes caligráficos truchos o, peor aún, mal copiados de otros expedientes.

De algún modo u otro, Echegaray logró filtrarse o participar de lleno en muchos de los peores escándalos de los últimos años. Desde Southern Winds y las evasiones de la pesquera Conarpesa o la constructora Gotti –para la que trabajó como abogado y ahora debería fiscalizar–, hasta el escándalo de la valija con US$ 800.000 de Claudio Uberti y Guido Alejandro Antonini Wilson, la compra de terrenos fiscales en El Calafate, los subsidios truchos de la Oncca o el allanamiento al Grupo Clarín.

Aquí vale destacar una aclaración. Tras formarse en la agencia estatal Télam, Longoni trabaja para Clarín desde 1998. Pero eso no opaca su visión al encarar este libro, lo que queda claro cuando, por ejemplo, critica con dureza al director del suplemento Rural de ese diario por un artículo suyo sobre un ex titular de la Oncca.

Para Echegaray, sin embargo, las denuncias penales y las investigaciones periodísticas que acumula son parte de una “campaña de desprestigio” montada en su contra. O contra el Gobierno, de cuyo relato “nacional y popular” se encontraba en las antípodas durante los años 80 y 90, cuando se declaraba férreo seguidor de Domingo Cavallo.

Acaso aún repudie la prédica kirchnerista, pero en voz baja y en los hechos concretos. Porque en la práctica, la Oncca concentró el 49% de los $ 3771 millones que repartió en subsidios para harina entre apenas 10 molinos, los más grandes, como Cargill. Y lo mismo ocurrió en otras muchas cadenas productivas.

Esa es apenas una muestra de la gestión Echegaray. El mismo que durante sus primeros 6 meses al frente de la AFIP cambió a más de 300 jefes y desplazó a más de 1200 empleados, y redujo así los controles, nombró familiares propios y de sus colaboradores y, también, a la cuñada de Máximo Kirchner como jefa de la flamante regional tributaria de Río Gallegos. Allí, la muchacha, también proveedora del Estado y tercera candidata a senadora por el kirchnerismo en Santa Cruz, debe fiscalizar a los Kirchner, a Lázaro Báez y a Rudy Ulloa, el referente de Echegaray.

El actual jefe de la AFIP, como “monje negro del kirchnerismo –concluye Longoni, continúa aquí, entre nosotros. Y su lógica, la del desprecio al Estado, la de la prepotencia y la de la impunidad, es la que sigue mandando.”

“Fuera de control” es, en definitiva, un libro indispensable. Sea en la playa, en la sierra o en la ciudad. Si quiere saber de qué se trata.

pd: el artículo publicado en LA NACIÓN, acá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario