sábado, 24 de agosto de 2013

Dobry, dictadura y una deuda honrada

Publicado en el suplemento ADN de esta semana:

Muchos golpearon las puertas de los cuarteles, pero luego escondieron sus manos. Llenaron la Plaza por “la gesta” de Malvinas, pero luego clamaron “por los chicos”. Callaron sobre los desaparecidos y trataron de “locas” a las Madres, pero hoy se adjudican roles tan heroicos como falsos. Pero lo más perverso de todo, sin embargo, es que durante esa cínica metamorfosis muchos que sí se jugaron la vida durante aquellos años quedaron eclipsados. Ninguneados. Eso viene a revertir, al menos en parte, el último libro del periodista Hernán Dobry.

Titulado “Los judíos y la dictadura” (Editorial Vergara, 438 páginas), el estupendo libro de Dobry anticipa desde su subtítulo que se centra en “los desaparecidos, el antisemitismo y la resistencia” de aquellos años. Pero, narra, en particular, la historia hasta ahora silenciada de un periodista, Herman Schiller, y el periódico comunitario que dirigió, Nueva Presencia, desde el que denunció lo que tantos callaban.

“Tanto el periódico como Schiller se han convertido en los primeros desaparecidos del ‘relato’ sobre el rol de los medios de comunicación durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional”, remarca Dobry en el despuntar del libro, en el que también honra la labor de una promisoria investigadora, Gabriela Lotersztain, ya fallecida, pero que llegó a publicar su obra “Los judíos bajo el terror 1976 -1983”.


En capítulos cortos, bien escritos y documentados, Dobry da cuenta también de la controvertida actuación de muchos líderes de la comunidad durante aquellos años negros. En particular, de los dirigentes de la DAIA. Algunos, como Schiller, son sus críticos acérrimos; otros, los defienden. Pero e el autor –profesor además en las universidades de Palermo y Abierta Interamericana (UAI) –, tras investigar lo ocurrido, lo publicado (y lo callado) y abrevar en numerosas entrevistas y fuentes documentales, llega a una conclusión tan sencilla como incómoda: “Ninguna de estas dos vertientes falta a la verdad, pero cada uno la acentúa a su manera”, explica.


Así, Dobry expone que muchos dirigentes de la comunidad judía  optaron por el silencio. O peor, aprovecharon la oportunidad para negocios propios. Pero algunos, por el contrario, impulsaron una “diplomacia silenciosa” y hubo otros, muy pocos, que levantaron la voz y actuaron.


Dobry destaca, entre esos ejemplos extraordinarios, a los rabinos Roberto Graetz y Marshall Meyer, referente del Movimiento Judío por los Derechos Humanos (MJDH). También, al editor de Di Presse, el ingeniero Carlos Rabdil, que sacó a la luz Nueva Presencia y lo bancó cuando comenzó a levantar durísimas resistencias desde su primer número. No sólo eso, a medida que crecía hasta llegar a los 25.000 ejemplares, afrontó calumnias, amenazas y dos bombas.

“Conflictivo”,  “loco”, “suicida”, “petardista”, fueron algunos de los muchos calificativos que le colgaron a Schiller. Pero él siguió adelante, junto a un puñado de colaboradores que honraron el oficio. Entre otros, Gerardo Yomal, Daniel Muchnik, Antonio Elio Brailovsky, Eliahu Toker, Marcos Aguinis, Leonardo Senkman, Sául Drajer, Carlos Alberto Brocatto, Moshe Wainstein, María Caiati, Rolando Jalife y Elio Brat, más la fotógrafa Alicia Segal y el dibujante Roberto Bobrow.

No la tuvieron fácil y “Nueva Presencia” terminó por cerrar. Pero cumplieron con su misión cuando la sociedad argentina prefería mirar para otro lado. Porque, como rescata Dobry, el “problema más grave” para los argentinos en noviembre de 1983, según una encuesta de Julio Aurelio y Enrique Zuleta Puceiro, era la desocupación, mientras que ubicaban séptimo (sobre 11 prioridades) a los desaparecidos y no incluían a la represión entre lo más repudiable de la dictadura.

Aquellos años –como también ocurrió con Robert Cox, Andrew Graham Yoll y James Neilson en el Buenos Aires Herald–, le pasaron factura a quienes se animaron a romper el silencio, como recuerda Schiller, que sorprende al lector. “Muchos me preguntan si volvería a hacerlo. No, no lo volvería a hacer, ni loco que estuviese. No estoy arrepentido, pero la guerra fue tan despiadada que lo único que hice fue perder. Perdí todo: amigos, familiares, que no me dirigieron más la palabra, fui visto como enemigo público número uno por un sector de la comunidad. No fue fácil”.

Afortunadamente, sin embargo, sí Schiller hizo lo que debía hacer cuando debió hacerlo. Y Dobry lo rescata del olvido. “Si esto no ocurriera, se estaría dejando a la historia del periodismo argentino sin la presencia de uno de sus honrosos y destacados miembros. Esa es la finalidad de este trabajo”. El libro cumple con creces ese objetivo.

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